Estas maletas llegaron en barco de vapor a través de del lago Séneca, y más tarde en un ferrocarril.
Ya sea que hicieron ellos mismos las maletas o lo hicieron sus familias, fueran pobres, de las calles o de vidas estables que acabaron tumbadas, todos habían sido juzgados por locos y “no aptos” para seguir en la sociedad.
Las personas que llegaban al Asilo Willard de Nueva York no tenían pensado volver a salir.
Parecía que seguían atados a las pocas pertenencias que llevaban sus bolsas de viaje y que no encontraron el camino a casa-.
La mayoría fueron enterrados en un cementerio cercano, en tumbas sin nombre sino con números.
Pero unos 400 pacientes han sobrevivido de alguna manera gracias a las pertenencias.
Una gran colección de maletas se ha encontrado en el asilo, almacenadas con cuidado y dejadas ahí por décadas.
Sus pertenencias personales iluminan vidas pasadas y plantean muchas preguntas.
En 1990 y como resultado de las políticas de cierre de desinstitucionalización se habían vaciado las salas de esta institución mental que fue una de las más importantes de EE,UU y se había sentenciado a cerrar.
La encargada del lugar catalogó registros médicos, máquinas de coser con las que una vez trabajaron los enfermos y partes del cuerpo para autopsia que utilizaban en la escuela de enfermería.
Una vez creía que había terminado llamó a su supervisor para hacer una última comprobación, el tercer piso del que acababan de ser conscientes de su existencia.
Un desván polvoriento. “Lisa empujó la puerta y la imagen la tendré clavada en mi memoria para siempre” Entraba el sol por la ventana de aquel polvoriento desván e iluminaba las maletas”.
429 maletas ordenadas alfabéticamente en bastidores de madera, los hombres a la derecha, las mujeres a la izquierda. “Transmitían energía” Era como si las personas todavía estuvieran atadas a sus maletas de viaje, su último viaje.
Llamaron al Museo de Estado de Nueva York, y catalogaron todas las maletas que se fecharon entre 1910 y 1965. Ahora estas maletas viven en el museo al lado de un ancla encontrada en el fondo del lago Erie y uno camioneta conducida por el único agente del FBI muerto en los ataques del 11 de septiembre. Las maletas que hablan por sí solas.